Ópera en cuatro actos

Desde el comienzo de su carrera, Giuseppe Verdi buscó concebir un “drama musical”; es decir, una obra en que la música y la teatralidad se compenetraran a la perfección. Tras un largo período de silencio y maduración –dieciséis años después de Aida–, el compositor logró dar ese significativo salto estilístico con Otello (1887), su penúltima ópera. Arrigo Boito convirtió el drama de Shakespeare en un poderoso libreto que Verdi potenció aún más con una partitura que ostenta un discurso orquestal completamente original y moderno. El compositor prescinde por primera vez de la estructura cerrada en arias, dúos y concertantes separados por recitativos y traza un continuo en el que los estos poseen un gran relieve y, con frecuencia, una fuerza dramática y lírica sin precedentes, acompañados de una significativo enriquecimiento instrumental en la orquesta. 

Texto y música, además de potenciar con fuerza y energía los rasgos principales de los dos protagonistas –el tormentoso carácter y el ímpetu guerrero de Otello, la dulzura y sensualidad de Desdemona–, dan al personaje de Iago una maldad filosófica más destacada que en la tragedia original, para convertirlo en la perfecta encarnación del mal .

Con 73 años cumplidos, el maestro Verdi alcanza con Otello la perfecta correspondencia entre drama y música y el punto culminante de su madurez creativa. Otello es la síntesis de su larga carrera y, a la vez, el punto de partida de un nuevo horizonte que culmina, seis años más tarde, en Falstaff.