DAVID MONTERO / LA SUITE
La obra sigue a un hombre que intenta reconstruir con la mayor precisión posible la enfermedad y muerte de su madre, consciente de que lo que no logre recordar quedará perdido para siempre. Para ello recurre tanto a su memoria como a los documentos acumulados a lo largo de una vida. En ese proceso revive lo que significa cuidar a alguien con alzhéimer: un duelo extendido en el tiempo, una muerte que llega por fases, la mezcla de alivio y tristeza cuando finalmente se produce, y la dureza de unos protocolos médicos y asistenciales que, aunque necesarios, resultan fríos e insuficientes.
Durante esta reconstrucción, el protagonista comprende que la enfermedad ha ido borrando el recuerdo de la mujer que su madre fue antes de caer en el deterioro. Poco a poco, esa figura previa —una persona buena, anónima, de las que “viven, laboran, pasan y sueñan”, como escribió Machado— vuelve a tomar presencia, ocupando el centro del relato y revelándose como el verdadero vínculo que él necesita recuperar.
El dramaturgo se enfrenta entonces a un acto simbólico de despedida: pedir permiso al público para dejar las cenizas de su madre en el escenario. Ese gesto, que recuerda a la doble condición de Antígona y Edipo en Edipo en Colono, se convierte en el eje final de la obra. Dependiendo de la respuesta de los espectadores, el cierre adoptará un sentido u otro, reforzando la idea de que la memoria, el duelo y el despedirse son procesos compartidos.